El fraude, enfermedad curable. ¿Antídoto? El estudio

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Por estos días el fraude académico ha sido noticia, que ha cobrado luz en los medios de comunicación tras una nota emitida por el ministerio de Educación  Superior.

Lamentable suceso que demuestra la prevalencia de esa manifestación de indisciplina social que lacera la sociedad, y que desde mi punto de vista tiene como partícipes a algunos docentes, estudiantes, la familia y la propia comunidad.

Soy del criterio, que este, como otros temas relacionados con la conducta del individuo tiene su raíz en la familia y en la escuela; en la familia que es quien inculca los primeros valores, quien enseña desde los primeros días de vida, en la escuela que es quien afianza y suma las mejores enseñanzas para la correcta formación del educando.

La práctica de fraude constituye una pérdida de valores vinculado con la honradez y su manifestación como antivalor dentro de la sociedad.

Sus causas van desde la insuficiencia en la calidad de las clases, la falta de estudio constante por parte de los alumnos, y la posición de los padres, que se traduce en no tomar cartas en la exigencia para el estudio, o la decisión de asumir los trabajos investigativos orientados, lo cual resta disciplina, hábito de estudio, de investigación y responsabilidad.

El fraude no puede ser una vía para pasar de un grado a otro. El fraude, desde ese pequeño papel que guarda posibles respuestas y se esconde y lleva al examen, o la prueba que se filtra de las maneras más habilidosas e insospechadas, es un acto que denigra a quien lo comete y a quien lo permite.

Si las clases cuentan con  la calidad requerida, los alumnos tienen que aprovechar al máximo el contenido y por tanto no tendrán necesidad de fijarse, ni de esconder ningún “chivo”. Es menester que los profesores mantengan el correcto nivel evaluativo, porque en ocasiones resulta que los estudiantes aprueban evaluaciones sistemáticas y en los exámenes finales o pruebas comprobatorias desaprueban.

El estudio por parte de los alumnos, no comienza en a Secundaria Básica o el Pre Universitario, comienza desde el momento en que el niño o niña  asiste al círculo infantil y le orientan actividades, es la familia la encargada de apoyar entonces y fomentar ese hábito que en lo sucesivo debe formar parte de cada jornada en la vida del alumno.

La familia se hace cómplice del fraude cuando de la manera más fría y calculadora acepta la compra de un examen o admite que su hijo sea un finalista y sin estudiar apruebe, lógicamente, si no obra la genialidad, no existe quien apruebe sin estudiar.

El fraude académico es  tema de obligada atención, que no se aniquila con decir que se lucha contra él, se elimina con el esfuerzo conjunto de la familia y la escuela, con la concientización de que es un canal hipócrita facilitador de calificaciones que no se tienen y generador  de la mediocridad.

Es menester fortalecer desde los primeros años de vida el hábito de estudio,  la visita a bibliotecas, la investigación;  corresponde a la familia apoyar a la escuela y ambas contribuir a la formación de un mejor individuo, responsable, culto, con conocimientos, poseedor de criterios propios, capaz de expresarse correctamente y no con parquedad.

El fraude no es invisible, tampoco sordo, no se puede ser indiferente a esa manifestación que rasga de la peor manera la honradez.

Chivo: se le llama en el argot popular a pequeños papeles que esconden contenidos que pueden ser evaluados en exámenes.

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