Aquel octubre y el inicio de una gloria grande

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Inicio de la invasión. Foto: Tv Camaguey
Inicio de la invasión. Foto: Tv Camaguey
Inicio de la invasión. Foto: Tv Camaguey
Inicio de la invasión. Foto: Tv Camaguey

Octubre guarda el registro de la lluvia numerosa. El 17 debió ser la salida de la Columna Invasora, pero la crecida del Cauto lo impidió. Notificaciones, diarios, cartas, los archivos de rigor, la literatura funcional de campaña, de alguna manera describen el alborozo generalizado de la tropa mambisa aquel 22 de octubre de 1895 ante la partida al Occidente de Cuba.

La explicable alegría del soldado de línea no se correspondía exactamente, con la percepción del alto mando insurrecto, que por supuesto dominaba dificultades y reticencias en las propias filas de la Revolución. En más de una ocasión se menciona el nombre del Mayor General Bartolomé Masó Márquez, destituido por Maceo de su cargo de jefe del Segundo Cuerpo oriental, acusado de obstaculizar el envío de fuerzas al contingente invasor.

La historiografía tradicional agita siempre el fantasma del regionalismo para explicar la resistencia de tropas de marchar al oeste. Y entre las causas del fracaso en la Guerra Grande suele anotarse la negativa de determinados jefes de compartir la idea de la invasión. Pocas veces se busca el lado humano del combatiente, que deberá abandonar su familia a su cuenta y riesgo. Y muchos mandos eran particularmente sensibles con esa preocupación de los soldados de línea.

Invasión oriente-occidente. Foto: Revista Bohemia
Invasión oriente-occidente. Foto: Revista Bohemia

Esas circunstancias, a la larga, le confieren mayor valor a quienes concurrieron a aquella hora tremenda de la partida. Y no por gusto se saldría de los Mangos de Baraguá. El General Antonio certificaba de ese modo una continuidad entre la gesta de la contienda larga, con la epopeya que 17 años después se disponía a escribir. Hasta la máxima autoridad colonial volvía a ser la misma. Baraguá pudiera replicar el mensaje al Capitán General Arsenio Martínez Campos de que otra vez se rompía el corojo.

A lo largo de más de cien años, con signos de tres siglos, la historiografía, la ensayística y la politología, se encargarían de concebir el texto inacabado sobre tanta épica. En definitiva, Maceo convirtió la derrota de 1878 en una tregua. La retirada tras el doloroso fracaso de diez años de duro bregar, está muy lejos de ser vergonzosa tras la Protesta que salvó la honra de Cuba.

Nuevamente los Mangos de Baraguá volvían a reunir a la dignidad del independentismo. Es cierto que el clamor del 22 de octubre de 1895 se parecía en las actancias al de la Guerra Grande: “¡Orientales: la suerte de la Patria está en vuestras manos!” Aquella vez solo hubo Revolución donde estaban los caudillos, y aún falta el juicio que los vindique y que los exonere de tanta culpa y prejuicio. Sus herederos concurrieron aquel día a la empresa de intentar de nuevo el Ayacucho cubano en los confines del oeste, como quería Máximo Gómez.

En el documento histórico aparecen los colores de aquella jornada de octubre de 1895: la decoración del lugar, el templete de ramas con flores silvestres, las pencas de palma (las novias que esperan, como dijo Martí), el arco rústico de triunfo, la comida criolla, y hasta la sandunguera danza del código fundador. Las crónicas dicen de la Banda de Música de Holguín, dirigida por Dositeo Aguilera, con los compases de La Bayamesa de Perucho. Aquel capítulo inspiraría luego a esos músicos y a Enrique Loynaz del Castillo, a concebir un ditirambo a Maceo, que sería más tarde el Himno Invasor. Aquel octubre lluvioso de hace 123 años depararía solamente el inicio de una gloria grande que pasa por el mismo centro de la cubanidad.

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