Vivencias y un sombrero alón

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Aún conservo intacta la imagen de mi maestra de primer grado en la escuela primaria “Rubén Bravo”, situada en el consejo popular Jamaica en San José de las Lajas, un inmueble que se yergue hoy remozado y mucho más acogedor, en ese asentamiento de la capital de la  provincia Mayabeque.

Para entonces María Esther mi querida profesora llevaba el cabello hondeado semejando un mar de esperanzas y su mirada penetrante se hacía más profunda aun cuando nos contaba anécdotas referidas al comandante Camilo Cienfuegos.

Nos decía entonces con ahínco- “Camilo poseía el don de la firmeza y la seguridad”– a mi mente viene aquella historia contada por María Ramos García una campesina que conoció personalmente al Hombre de la vanguardia.

La voz de la educadora lajera asumía los matices de una mujer de campo para hacer más verídico y auténtico el relato. Leía en voz alta –“bien conocidas fueron el hambre y las penurias sufridas por los hombres de la columna 2 Antonio Maceo, durante la larga travesía por la entonces provincia de Camagüey, en marcha hacia la región occidental del país”.

Después hacía un silencio prologado que incentivaba en nosotros, sus alumnos, el interés por conocer los hechos. Retomaba la palabra con más vigor dibujando imágenes en el espacio que bien figuraban bohíos, palmeras y nubes que entonaban con la campiña.

Relataba entonces que según había contado María Ramos García, en una  de las comidas que ella les preparó a los jóvenes soldados  se cocinó,  entre otras cosas, un cerdo, el cual resultó pequeño para el voraz  apetito de esos hombres que llevaban tantos días sin “comer caliente”.

Entonces mis compañeros de aula  y yo nos mirábamos absortos en la magia de su  lenguaje y nos imaginábamos  a  Camilo y  demás miembros del Ejército Rebelde devorando ansiosos el  apetitoso manjar cocido  con la fuerte llama  de la gratitud.

Mi maestra María Esther continuaba su oratoria con auténtica pasión –“un rebelde,  a quien no le tocó nada de carne en el reparto,  aclamaba por algo,  aunque fuera pequeño , oyéndolo, Camilo lo llamó inmediatamente,  picando la mitad de la patica de cerdo que le había correspondido, la  compartió con su compañero, demostrando así, una vez más su calidad  humana”.

“Así era el comandante Cienfuegos, un hombre noble, solidario, -por eso afirmaba la educadora-, todos los niños cubanos deben imitar a Camilo para que puedan se hombres y mujeres de bien”.

Los años han transcurrido y siempre llevó conmigo estas vivencias, historias que cobran vida cuando se aproxima el décimo mes del año.

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