Un nuevo curso escolar: fuente de sensibilidad

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El suceso docente, por naturaleza propia, se interconecta con el universo de la cultura. Es inevitable volver al credo martiano de la instrucción como condición de libertad o a aquella idea de recoger hombres donde se siembran escuelas.

El curso escolar supone entonces una fuente de sensibilidad, y una razón para sabernos en consideraciones antropológicas. La condición humana es la cosecha de esa siembra que clamó y que diseñó Martí.

En el amanecer de septiembre se verifica el inicio del curso en Cuba, como apuntando simbolismos, extendiendo prioridades. Es el mes del zafiro y de la maravilla. Se va a clases desde ese signo de la gema preciosa, de la verdad transparente, del azul mineral. Le asiste la flor del botón de oro, de la corona de rey. Son atributos y amuletos de la enseñanza, repartidos en la tradición, en la idiosincrasia, que es decir en la cultura de un pueblo.

Andaba con mucha razón el poeta que describió una jornada de inicio de clases, o de cualquier día posible, en sus sonetos de migajas de luz. Ahora es ya, todo es ya sobre las calles florecidas de niños.  El color rojo vino refiere en septiembre el comienzo de una estación con un lugar especial para la esperanza del mundo, honrosa costumbre con tintes de justicia y de amor en la cubanidad.

Vale en consecuencia vindicar la educación, recuperar la vocación de sus mejores actantes.  Por suerte, los grandes pedagogos de siempre fueron también notables creadores. En ese legado hay una buena cuota de identidad que debiera definir cada instante de un curso escolar. Estudiar, saber, construir, fundar, son cualidades humanas que se derivan de aquella siembra que aún nos pide el Maestro.

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