No pregunté su nombre y apenas entablamos diálogo. Solo recuerdo la pulcritud de su uniforme, su rostro agradable, la calidez de su voz y sus diestras manos.
Manos acreedoras de experiencias, de amor y de incontables acciones benéficas. Portadora de la fórmula efectiva para sanar el mal con ternura y sabiduría, aun, en los momentos más difíciles.
Su gestualidad femenina, se acentúa en ademanes sencillos, en prácticas que actúan como analgésicos que calman la desesperación, el dolor, el desconsuelo y avivan la esperanza.
Reconocida por sus compañeros como profesional del sector de la salud que con ahínco llevó esfuerzo y decoro a otras latitudes, con sonrisas, oficio, efectividad e inmediatez.
Así es ella, cubana, madre, amiga del optimismo, enfermera por vocación y camarada de la protección. Una mujer cuyo nombre desconozco, pero tiene por seudónimo a la pureza y por apellidos la vocación y la solidaridad.
