Martí, ayer y siempre

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“El único autógrafo digno de un hombre es el que deja escrito con sus obras.”

José Martí.

Hubo un hombre que sorprendió al Sol con su luz, convirtió sus dolores tempranos del alma en fuerza inquebrantable para reducir el odio y sobre él estampar amor.

Hizo del verso y la prosa su refugio para aglutinar sentimientos, fidelidad a la patria, esperanzas y dulcísima pasión por la humanidad.

Hubo un hombre que desafió el paso de los siglos por la pureza de sus ideas, que anudó razones para salvar su tiempo y así cada día por llegar.

Depuso ante la vida la oportunidad de consagrarse más a las letras, cual prolífero escritor que con prematura edad demostró ser y percibió en su propia piel el sufrimiento de sus semejantes, con tamaña sensibilidad, como solo los ángeles son capaces de experimentar

Universal, desde la inmensidad que abrigó su estirpe como persona  cabal,  ideólogo de un camino de sacrificios iluminado por el afán de hacer libre a la tierra madre en la que el bien fuera compartido por todos.

Hubo un hombre que se adjudicó un lugar en la historia, que todavía sorprende al Sol con su impronta, que llevó consigo el horror de los grilletes que no pudieron arrebatarle la ternura y si avivar su vocación humanista.

Hubo un hombre al que reconocemos maestro, héroe, apóstol, revolucionario, periodista, escritor, padre, hijo, amigo que legó a la posteridad un mensaje de amor infinito, imprescindible para nuestros días en el que ese sentimiento clama por hacer el milagro en este siglo.

Fue José Martí, ese universal cubano que dijo adiós un 19 de mayo para hacerse eterno, que enlutó a la vida con su ausencia, esa que ha germinado como luz para todos los tiempos.

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