Lezama, siempre vital

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Todo el saber del mundo parece concurrir en las coordenadas de Lezama.  Lo reconocen en el universo de las denominadas ciencias duras, como en  el propio mundo de las bellas artes.  Lo sabe el panorama siempre complicado de la cultura, por cierto inmenso y aglutinador. 

¿Cómo significar estos 40 años de presunta ausencia, cuando en realidad el escritor rebasó todas las fronteras imaginables, se transpuso en tantas disciplinas de la creación, y conquistó para siempre el Olimpo de la poesía, de la narrativa, del ensayo? 

Paradiso crece con el paso del tiempo, aunque físicamente contemple la misma y exacta cantidad de palabras.  La novela surge a la imagen y semejanza de Lezama: irreverencia inevitable, rompimiento de esquemas, auténtica selva de imágenes y de erudición humana. 

El confinamiento es solo un símbolo en la existencia de Lezama.  Lo concibieron detractores y… él mismo, sin falta.  Lo universal puede estar a la vera de cualquier esquina, y para suerte de los cubanos es un proceso que aún tiene sitio probable en la calle Trocadero, y en la huella asmática que la memoria conserva viva y actuante en arterias del centro histórico de La Habana.

Lezama regresa constantemente en el glamour del cine, en la danza clásica y combinatoria, en el discurso polémico de la plástica joven, en el pasaje musical renovador, en la audacia del narrador, en el heroísmo cotidiano del sujeto lírico.  Lo significan necesariamente el ensayo y la crítica.  Cuarenta años después de su muerte, asiste en el enigma del Apóstol de la Patria y al juicio que nos retrata como pueblo, porque hasta el final de los tiempos ser cubano es una fiesta innombrable.

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