Las lecciones de Mathew

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El huracán Mathew y su paso arrasador por el Caribe y la costa este de Estados Unidos acapara todavía titulares en el mundo. En las noticias se subraya a Haití como zona de desatare, al tiempo que en República Dominicana, Jamaica y otras islas del área cuentan miles de desplazados, se lamentan pérdidas de vidas humanas y daños materiales invaluables.

En el extremo más oriental de Cuba el huracán más intenso de la última década en el hemisferio también dejó su huella siniestra, pero allí es diferente el escenario y es más alentadora la historia que se cuenta.

Aunque el efecto de las lluvias, el viento y el mar dibujó las escenas más terribles de cuantas se guardan en la memoria de la gente de Guantánamo, allí todos están vivos y con fuerzas reconstruyendo lo que la tormenta se llevó.

A los habitantes de la provincia se sumaron los hermanos de Santiago de Cuba, Ciego de Ávila, Camagüey, Artemisa, Mayabeque y de toda Cuba. Son linieros, técnicos, constructores, choferes, especialistas de ETECSA, hermanos que se empeñan en devolver a la tierra primada el esplendor de antes.

Pero si esta esta es la historia y así se desarrollan los hechos no se debe precisamente a la casualidad. Lo bueno que se hace entre todos y para el bien común y el hecho de que en ningún hogar guantanamero falte uno solo de sus miembros es el resultado del despliegue defensivo más impresionante, y en mi opinión, el mayor de cuantos se acometieran en las últimas décadas.

Preparados y alertas estuvo el pueblo alentado por el presidente Raúl Castro y las principales autoridades del estado cubano, quienes permanecieron en el Oriente de país antes, durante y después del ciclón para acompañar a la gente en medio de la calamidad y asegurar el éxito del periodo de recuperación.

Un joven guantanamero que brinda sus servicios como profesor en la escuela Manuel Ascunce de San José de la Lajas me confesó que la presencia de Raúl en su tierra le servía de aliciente, le tranquilizaba y a la vez lo emocionaba cuando está tan lejos de su familia y no podía hacer otra cosa que esperar. 

Mathew sirvió de ejercicio, o más bien resultó una prueba en la que si tuviera que dar mi evaluación del uno al 10 le daría el máximo a la Defensa Civil, al Instituto de Meteorología, a los Gobiernos de todos los territorios involucrados en el enfrentamiento al huracán, al pueblo y al gobierno cubano.

Lo que vivimos gracias a Mathew fue una verdadera demostración de orden, de civismo, de humanismo, de sensibilidad. Todo ello mereció el reconocimiento y el elogio de instituciones y organismos internacionales aunque en honor a la verdad, en Cuba ese derroche de bondad y ese amor por la vida no se construye precisamente, para que el mundo los vea pasar, como aleccionó Martí desde su tiempo.

De Mathew se hablará por mucho tiempo en Cuba; estoy segura, sobre todo porque no se llevó a un solo cubano, y porque sirvió para unirnos y querernos mucho más.                               

 

 

 

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