La violencia un flagelo que ataca a la humanidad

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La violencia de género ha sido, y sigue siendo en muchas partes del mundo, un delito oculto, invisible. La consideración de que las mujeres son objetos de propiedad de los varones de la familia, y por extensión de todos los varones, deben estar sujetas a ellos, obedecer, mantenerse en la sombra, cubrir las necesidades y satisfacer los deseos de ellos es la regla de oro del patriarcado. Si el poder es masculino, la capacidad de corregir y castigar también es de ellos.

La violencia explícita o la amenaza de recurrir a ella se utilizará como una forma de control sobre la vida de las mujeres, y ese miedo se transmitirá de generación en generación. El aguanta, ya sabes cómo son los hombres ha sido durante largo tiempo un consejo de muchas madres a sus hijas, como una forma, quizás, de prevenirlas sobre las consecuencias todavía más graves si se atrevían a desobedecer, quejarse o intentar apartarse de ellos.

Ese recurso a la violencia está presente en todos los países del mundo, si bien es cierto que en aquellos donde los derechos de las mujeres no están siquiera contemplados formalmente su situación es verdaderamente desesperada. Cualquiera puede comprobar con solo un vistazo en los libros de historia como desde tiempos inmemoriales tanto las voces autorizadas (grandes sabios, pensadores, científicos, literatos, religiosos, etc.) como las populares (repasemos refraneros, cuentos infantiles, leyendas tradiciones),  transmitían estas ideas de desprecio hacia ellas y sus derechos, alimentando un cuerpo de creencias misógino perverso y letal.

Sin embargo, si algo caracteriza la lucha feminista es su tenacidad. Es un hecho incuestionable que, a pesar de todos los inconvenientes, obstáculos y palos en las ruedas, nunca se han dado por vencidas. Siempre hubo voces transgresoras, luchadoras que, de manera solitaria o colectiva, defendían, y defienden, la dignidad y el derecho a una vida plena de todas las mujeres, todas sin excepción. Uno de estos derechos fundamentales es el de la educación. Alcanzarlo ha sido, y sigue siéndolo en otros lugares del planeta, un proceso lento y difícil. El concepto tradicional de feminidad ha estado reñido con el deseo de aprender más allá de lo relacionado con las tareas del hogar, y ya no digamos de aplicar estos nuevos conocimientos al ámbito público.

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