Y es ese afán de justicia del líder de la Revolución, para quien siempre fue una prioridad eliminar cualquier prejuicio hacia el sexo femenino, el que lo mantiene latente derrumbando los falsos desenlaces de la muerte junto a miles de nobles razones que lo hacen imperecedero
Las palabras de Fidel incitaban a participar y propició que poco a poco las cubanas nos acercáramos a Vilma, y perteneciéramos luego a una organización defensora de nuestros derechos, la Federación de Mujeres Cubanas.
Desde entonces fuimos mejores y todo gracias a ese hombre excepcional, que ha pasado a formar parte de la historia universal colmado de vítores de esperanza.
Viene al recuerdo la periodista Marta Rojas refiriéndose en muchas ocasiones con hechos y personalidades a cómo, desde siglos pasados, las féminas destacaban por su fervor revolucionario, como la esclava Carlota, cuyo nombre honró la operación militar de los cubanos en Angola.
Cuando se piensa en Fidel vienen a colación las independentistas Ana Betancourt y Mariana Grajales, y otras cubanas sobresalientes en el arte, la literatura y las ciencias, entre ellas, Juana Borrero, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Rosa Elena Simeón.
Las heroínas Celia Sánchez, Haydeé Santamaría y Melba Hernández, su rol en la clandestinidad, en la Sierra Maestra, en el juicio del Moncada, y en disímiles tareas indicadas por Fidel.
Hoy no lloramos su muerte porque sabemos de su inmortalidad en el reino de los humildes, de los menesterosos y allí para siempre vivirá rodeado de verdades, de acertijos gloriosos que hacen la magia del futuro apuntando definitivamente a la justeza.