La muerte de Agramonte

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Una tropa hispana entró a la entonces Puerto Príncipe el 12 de mayo de 1873 con un trofeo de guerra que debió de lastimarle el alma a la ciudad: el cadáver del jefe indiscutible de las huestes mambisas en el centro-este del archipiélago rebelde. Resultaba visible la herida mortal en la cabeza, pero no era la única.

Algún informe forense habría advertido heridas en el cuerpo ya sin vida del héroe, inferidas con arma blanca por las tristemente hienas de las guerrillas al servicio de España, que desvalijaban a los cadáveres de pertenencias y objetos de valor. Precisamente las piezas sustraídas persuadieron al jefe de la columna enemiga de la identidad del caído.

Aunque un equipo de historiadores cubanos coronó hace ya un tiempo la investigación más completa sobre el combate de Jimaguayú hace 147 años, las conjeturas parecen siembra en la memoria y hasta en la fantasía de la gente.

La muerte de Ignacio Agramonte tiene un lugar inevitable en los libros, en la oralidad, en la leyenda, en el poema, en la canción, en las artes plásticas. Ya fue rodado un filme, por cierto, con la asesoría de historiadores militares cubanos.

¿Cuál sería la más grande especulación sobre la saga agramontina de aquellos días? El 25 de mayo de 1873, estaba prevista una conferencia de Ignacio Agramonte con el Mayor General Vicente García González. Como el interlocutor del Bayardo sería el hombre que promoverá luego dos movimientos contra el gobierno civil, pues se llegó a pensar en un posible acuerdo de ambos jefes contra Carlos Manuel de Céspedes.

Esa teoría prevalece hasta nuestros días, a pesar del consabido apego de Agramonte a la legalidad y a los métodos democráticos, y que la documentación de uno y del otro alude al proyecto invasor a Las Villas, un tema estratégico importante, en el cual el Mayor precisaba la colaboración de las fuerzas de Las Tunas.

Su muerte en combate aquel aciago 11 de mayo de 1873 supuso un golpe terrible, no solamente para el plan de llevar la guerra al occidente cubano, sino para la gesta misma iniciada en octubre de 1868.

¿Qué precisa el libro Ignacio Agramonte y el combate de Jimaguayú, de un colectivo de autores, publicado hace algo más de diez años? Ante la cercanía de una fuerte columna enemiga, El Mayor dispuso una acción bien diseñada. Una avanzada de jinetes debía de provocar a la caballería hispana. Conmovido por los cadáveres insepultos de choques anteriores, el jefe español, José Rodríguez de León, optó por la prudencia y no cayó en la trampa.

El jefe camagüeyano dejó bien claro a Henry Reeve (El Inglesito), que no se enzarzara en un combate con aquella poderosa fuerza. Y comenzó evidentemente a impacientarse al escuchar un distendido intercambio de disparos. Más de una vez comunicó la orden de retirada, pero la secuencia de tiros no cesaba.

Los historiadores creen que ante esas circunstancias, ideó una maniobra de distracción que atrajera hacia él y su pequeño grupo de ordenanzas la atención del enemigo, para que los suyos pudieran despegarse del enemigo. Y una escuadra oculta en la altísima hierba de guinea del potrero, le abrió fuego y lo derribó de un disparo en la sien derecha.

Para la historiografía cubana, siempre será un enigma el destino final de los restos de Ignacio Agramonte. El gobierno español aseguró haber cremado el cadáver, pero la cantidad de combustible vegetal empleada no debió de ser suficiente para una incineración completa. Parece revelador que el Diario de la Marina, publicara que fue realmente enterrado.

También se sabe que un año después de la tragedia, el Generalísimo Máximo Gómez suscribió en el lugar un acta funeraria, con el testimonio de testigos de aquellos sucesos. El documento se introdujo en una botella, que fue enterrada allí mismo. El equipo investigador del combate de Jimaguayú la buscó infructuosamente con la técnica de georradar.

Es muy posible que el cuerpo del héroe fuera arrojado en una fosa común, con remotas posibilidades de encontrarlo tanto tiempo después. Acreedor de los regresos, El Mayor ocupa un sitio venerable en el evangelio martiano, hecho diamante con alma de beso, y se le canta cabalgando sobre una palma escrita, herido de muerte pero hermosamente resucitado en la gloriosa epopeya de su pueblo.

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