La lactancia materna, acto de amor y fortaleza

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Después del primer grito y respirar de una bebé, la lactancia es el acto humano consiguiente.  La leche materna resulta a la luz de la lógica y de los estudios que se le dedican, el alimento más completo y saludable que se conozca.  Es preciso saber de su importancia, y de la cantidad de mitos y de ideas erróneas que sobre ese acto se fijan en las costumbres.

La madre está preparada puntualmente para lactar.  Sería muy difícil de probar que un niño llora exactamente porque no se llena, y que –en consecuencia—el biberón se convierta en alternativa.  El llanto es la única forma de la criatura para expresar cualquier inquietud (alguna molestia, dolor, calor).

Muchos especialistas consideran invasivo al biberón por trastocar los reflejos naturales del niño. Algún naturólogo afirmaba cierta vez que el hombre es el único animal que se alimenta con la leche de otros animales.  Recién llegado a la vida, se expone a un organismo prácticamente indefenso a reacciones enzimáticas para las que no está preparado.

La lactancia materna inmuniza y mantiene la secuencia natural de la relación madre-hijo desde el inicio del embarazo.  En realidad, es un proceso positivo que apunta a las dos direcciones. Se benefician, al mismo tiempo, el niño y la madre.  La praxis confirma que la lactancia contribuye a las condiciones físicas, a la salud y a la misma belleza de la mujer.

También se denota la importancia cultural de la lactancia.  Con ella se inician procesos de profunda significación humana: la educación, la sensibilidad artística, la identidad del individuo. Al lactar, se le habla, se le canta al niño, con lo cual comienza el oficio constitutivo de la palabra.    

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