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La historia de una heroica travesía

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Cuando solamente faltaban diez minutos para las siete de la mañana del dos de diciembre de 1956, el yate Granma encalló muy cerca de la costa. En algunos textos se dice que fue en Belic, cerca de Niquero. En otros se sostiene que aconteció en la playa Las Coloradas. Son lugares relativamente próximos, pero no el punto exacto de la recalada.

El sitio, Los Cayuelos, quedó perfectamente definido para la historia, y aparece señalado como Monumento Nacional. Para revisitar la memoria, hoy existe una pasarela de algo más de un kilómetro desde allí hasta la tierra firme, por dentro de la maraña manglar que tanto esfuerzo costó remontar a los expedicionarios.

No fue nada fácil preparar aquella empresa. El propio Fidel admitía que el proyecto organizativo en México, técnicamente violaba las leyes de ese país. Como se sabe, casi todo el grupo fue apresado. El inconveniente retrasó la salida hacia Cuba. El General Lázaro Cárdenas intervino en el asunto y fueron liberados.

Las medidas de seguridad buscaban protegerse de los servicios secretos norteamericanos, trujillistas, y del régimen batistiano. Y apareció un traidor en las filas dispuesto a vender la información. Como suele ocurrir en estos casos, prevaleció la desconfianza mutua entre el apóstata y sus reclutadores. Y eso, de alguna manera, permitió ganar tiempo a los revolucionarios.

¿Qué ocurrió? El traidor pensaba que si ofrecía todos los detalles de un tirón, no recibiría la cantidad de dinero prometida. La policía de Batista sospechaba que le pasaría información falsa. Por tanto, acordaron hacerlo por partes. El pago sería fragmentado, y sobre la marcha se comprobaría la autenticidad de los informes. Pero cuando envió las precisiones sobre el barco, ya el Granma había partido.

El déspota no pudo evitar la salida de Fidel y sus compañeros de México, pero ya sus mandos militares tenían la descripción completa del yate. El trayecto se calculó en cinco días, y en la práctica fueron siete. El desembarco y el levantamiento de Santiago de Cuba no pudieron ser simultáneos.

La travesía fue particularmente dura. Ochenta y dos hombres en una pequeña nave de recreo, implicaba un hacinamiento inevitable. En algún momento se temió que zozobrara, cuando empezó a hacer agua. (Se descubrió luego que era el grifo sanitario.) A eso habría que añadir el mareo y el vómito generalizado, las provisiones que se agotaban, el peligro real de quedar varados lejos de la costa si se consumía todo el combustible  y la perenne tensión ante el peligro de ser detectados.

Divisar la luz del faro de Cabo Cruz se convirtió en obsesión. El ex oficial de la Marina Roberto Roque, en la tarea de atisbar el horizonte la madrugada del primero de diciembre, cayó al agua. Fidel ordenó encontrarlo a como diera lugar. Casi muerto fue rescatado, tras horas de búsqueda.

Frente a los expedicionarios, a una distancia todavía considerable, estaba la brumosa silueta de un litoral. Fidel le preguntó al timonel del yate si aquello era un cayo o confín de la isla grande. El hombre respondió que era tierra firme. Fue entonces cuando le ordenó que enfilara en esa dirección a la mayor velocidad, con la última reserva de combustible.

Creo que fue el Che quien afirmó que fue un naufragio, más que un desembarco. Ante el sobrepeso, el bote auxiliar para llevar el armamento a tierra se hundió. Cada quien tuvo que arreglárselas con su carga. Cuando solamente faltaba por bajar el pelotón de retaguardia, una lancha de cabotaje y un barco arenero pasaron por el lugar.

El mando batistiano activó inmediatamente la aviación. El mangle hizo tortuosa la marcha, pero los ocultaba de la tarea escrutadora de los pilotos. En aquel enredo natural debió de quedar una parte importante de las mochilas. Aquella tropa decidida pero maltrecha, tendría tres días después su bautismo de fuego en Alegría de Pío. De los 82 expedicionarios, tan solo una veintena alcanzaría luego las estribaciones de la Sierra Maestra.

La gesta del Granma reúne todo el simbolismo de la historia patria. Cada sueño de emancipación deberá siempre enfrentar la tormenta y el peligro de naufragio. Pero animaba a aquellos hombres la misma idea, expresada a veces con palabras distintas, que encierra la heroica disyuntiva de los cubanos de ser libres o mártires.

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