El cigarro por la rosa

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 Si él pudo, tú también. ¡Inténtalo! 

“Dejar de fumar es posible, solo hace falta fuerza de voluntad”, afirma sonriente el hombre de 40 años.

Se llama Carlos Guevara Pérez y durante casi dos décadas vivió con una total dependencia del cigarrillo.

“Yo empecé a fumar desde que salí del servicio militar, tenía entonces 19 años. Cada dos días compraba tres cajas de cigarros. Saca la cuenta, a siete pesos cada caja y yo ganaba solamente 250 pesos de salario”.

Sin embargo, a Carlitos, como también le llaman en la comunidad donde vive Valle del Perú, de San José de las Lajas, no fueron sus bolsillos vacíos ni la economía estancada de su hogar las razones que lo llevaron a reflexionar seriamente sobre el asunto, sino los malestares físicos que comenzaron a aparecer paulatinamente al punto, que temió por su vida.

“Me cansaba mucho, me faltaba el aire. Cuando me acostaba me daba una sensación de que me ahogaba y me tenía que levantar. Pero después que dejé de fumar jamás en la vida me ha pasado”.

Él recuerda también como el deseo lo llevó a la inconciencia de fumar en cualquier parte, incluso en su propia casa donde por mucho tiempo convirtió a los dos hijos y a su mujer en fumadores pasivos.

“Yo fumaba menos cuando estaba atareado trabajando, pero enseguida que me sentaba a ver la televisión o estaba sin hacer nada me ponía a fumar. Menos en el cuarto, encendía el cigarro en la sala, el baño, la cocina, en todos lados. Fíjate, que mi hijo más chiquito me decía: Papi deja de fumar, aunque sea un día”.

Carlos Guevara confiesa que tomó la decisión de alejarse del cigarrillo el 14 de febrero de 2015. Así demostraba el amor infinito que siente por su mujer, por sus hijos a los que quiere encaminar en la vida y verlos convertidos en hombres, pero por sobre todas las cosas por el valor que aprendió a concederse a sí mismo.

“Una vez, hace unos años dejé el cigarro dos meses nada más. El vicio pudo más y lo cogí otra vez. Pero esta última vez me llené de valor por fin y hace más de un año que no fumo. ¡Y no pienso fumar más, no quiero fumar más!”

Luego de repetir esa frase, tan alto como para que la escuchara su propia conciencia, Carlitos me mostró el cenicero, su compañero inseparable de humo, cenizas y colillas por tantos años, pero que ahora permanece mudo y olvidado en un rincón.

Entonces le conté sobre la rosa en el cenicero, el logo del Día Mundial sin tabaco: “El cigarro por la rosa, es una buena idea”, me dijo con los ojos.

Así que, minutos después de nuestra conversación nos convertimos en cómplices de                                                                                                                                                                         una tarea singular: él lavó el cenicero en un dos por tres donde yo coloqué una rosa rojísima que hallé en un jardín cercano.

La imagen construida gracias a su valor y mi admiración quedó en el centro de la mesa de su casa, como la señal de que se puede vivir mejor y con salud.

“Desde que dejé de fumar aumenté 20 libras, pero no siento cansancio ni falta de aire. Pero el próximo paso es hacer ejercicios”.

Como una manera de remarcar el punto final que hace un año puso a la adicción por el cigarro, Carlitos esperó el 31 de mayo, Día Mundial sin fumar con un adorno especial sobre su mesa, para él y por su familia: un cenicero con una rosa.

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