El atentado contra el vapor La Coubre

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Los relojes marcaban las 3:10 de la tarde cuando estalló la primera bomba. Minutos más tarde, cuando tantos cubanos acudieron al sitio para auxiliar a las víctimas, se verificó la segunda explosión, aún más potente y devastadora. Tras el sabotaje contra el vapor francés La Coubre se encontraron los restos de 101 personas. Se reportaron más de 200 heridos. Las explosiones ocasionaron un número hasta ahora indeterminado de desaparecidos.

El atentado en el puerto de La Habana, tenía obviamente sus antecedentes. Desde el mismo triunfo, pero sobre todo después de la Primera Ley de Reforma Agraria, la Revolución Cubana debió de enfrentar el acoso imperialista. Conseguir las armas para su defensa constituyó una prioridad capital.

Para la dirección revolucionaria estaba demasiado cercana en los órdenes geográfico y temporal la experiencia de Guatemala. La adquisición de un lote en el entonces campo socialista, resultó un hecho efectivamente utilizado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos, en la guerra psicológica contra el gobierno de Jacobo Árbenz.

Y el miedo al comunismo en lo más profundo de la Guerra Fría, que ya se había cobrado las vidas de los esposos Rosenberg en la misma Norteamérica, logró capitalizar la oposición contra el proceso progresista guatemalteco. Y la CIA pretendió ajustar el propio guion contra el archipiélago rebelde.

Y la Administración Eisenhower presionó a países aliados suyos, para impedir la consecución de las armas. Se saben las gestiones tendentes a evitar que el Reino Unido vendiera los aviones Hawker Hunter a Cuba, como también los insistentes mensajes para que las autoridades  belgas rompieran el convenio de la nación caribeña con una fábrica proveedora en el país europeo.

El capitán de La Coubre, Georges Dalma, admitió después serias irregularidades en los procedimientos de carga. Recordaba que una operación anterior se hizo directamente en el puerto de Amberes, pero la que terminó saboteada –dijo—se concretó en un río próximo al citado fondeadero. La carga se trasladó por ferrocarril, y luego transportada en barcazas hasta el buque.

Pero eso no fue todo. La Coubre, con 783 toneladas de carga  general y 75 de la denominada azarosa (es decir, potencialmente peligrosa), debió de someterse a reparaciones. Como parte de la ruta hasta la capital cubana, tuvo que hacer escalas en otros puertos europeos. Georges Dalma afirmó que tales coyunturas pudieron permitir la preparación de un ataque.

La bitácora de aquel viaje que terminaría en tragedia, registra las pistas de dos pasajeros ocasionales a bordo: un religioso francés que iba para México, y un ciudadano norteamericano con destino a Miami.

Como siempre, el cinismo yanqui no tiene límites. En tanto se niega la  desclasificación de los documentos sobre el salvaje atentado, se pretende culpar a la Revolución del centenar de inmolados. Y para eso, se insiste en que las ordenanzas establecen que el barco debió de amarrarse en el centro del puerto, y trasladar la carga en lanchas hasta el muelle.

Ni más ni menos que el código inmoral del terrorismo, que luego el asesino Luis Posada Carriles defendería tras la muerte del joven italiano Fabio Di Celmo, en un ataque con bombas en un hotel en La Habana: las víctimas son las culpables, por estar en el lugar y en el momento equivocados.

Quedó demostrado hasta la saciedad, que aquel material de guerra no estallaba como consecuencia de alguna caída. Todas las pruebas se hicieron. Resulta histórica la fotografía del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en las honras fúnebres a los caídos, donde muestra granadas del cargamento, lanzadas desde un avión a 600 pies de altura. Desde el mismísimo principio, la teoría del accidente se vino abajo.

En la ciudad portuaria francesa de Le Havre, una compañía guarda celosamente un dossier sobre La Coubre, que bajo prescripción jurídica establece que no puede ser publicado en 150 años. El zarpazo no detuvo aquella tarde el tiempo ni la obra colosal de millones. Por encima de plazos imperiales, el pueblo cubano, firme y valeroso en la proximidad de su enemigo histórico, extendió desde entonces y hasta el final de los tiempos la decisión de ¡Patria o Muerte!

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